Los primeros pasos de los niños suelen ser inestables e ingrávidos. Ponerse derechos,
empezar a caminar, probar la propia autonomía. Sus músculos son aún tiernos; los huesos, apenas resistentes. Solo la curiosidad por ampliar el mundo propio o la búsqueda de
la aprobación de estos brazos dispuestos, que los invitan a desafiar el precario equilibrio,
pueden explicar que abandonen el cobijo y la seguridad del suelo para desafiar al mundo,
tratando de conseguir una terca verticalidad. Poner un pie primero, el otro detrás, mantener la cabeza bien alta. Así liberan la vista para mirar hacia delante y para ver cómo el mundo se hace alcanzable. Desligarse de la mano que les hace de refugio y afrontar los
propios miedos, desafiando el entorno para liberar las manos y convertirlas en instrumentos para cambiar el mundo, para modelar la realidad. Así hemos aprendido todos a
caminar. Conviene que apliquemos la lección en cada nuevo comienzo. Y aprender a filosofar hace que comience un camino muy largo que no termina nunca.
Cuando hablamos del niño filósofo, no nos referimos aquí a una condición profesional,
sino a la posibilidad de que, utilizando cualidades que son indispensables para crecer, se
estimule en los niños una nueva visión, se les abra una ventana diferente para contemplar
el mundo: la mirada filosófica. A quien escribe estas líneas le parece que hay que iluminar este edificio llamado conocimiento con tantas ventanas como sea posible. El niño llega al mundo con una curiosidad insaciable y con una enorme y fascinante admiración
por lo que encuentra. Dos cualidades filosóficas. No en vano somos una de las especies
que mantiene la juvenilización más larga. Fijémonos en otras especies y observaremos
que incorporan bastante más rápido que la nuestra las bases para la supervivencia. Manda el instinto. Nosotros, los humanos, tenemos que aprender la cultura y nos encontramos, al nacer, un mundo ya hecho. Nuestra juventud debe ser larga y llena de creaciones
nuevas, de respuestas nuevas. Por ello incorporamos el lenguaje primero y después la escritura. Son nuestras oportunidades para recrear el mundo en la juventud más tierna.
Introducción: ¿Por qué necesitamos una niñez más filosófica?
PRIMERA PARTE
Para vosotros, familias y docentes
1. ¿Quién fue Matthew Lipman?
2. ¿Para qué les sirve la filosofía a los niños?
3. ¿Con qué recursos puede hacer filosofía el niño filósofo?
4. ¿Hay una inteligencia filosófica?
5. ¿El diálogo filosófico es un arte?
6. ¿Existe el pensamiento cuidadoso?
7. ¿Imágenes que valoran pensamientos?
8. Cierre provisional
SEGUNDA PARTE
Doce preguntas
1. Platón. ¿Debemos actuar con la cabeza o con el corazón?
2. Aristóteles. ¿Cómo podemos decidir lo que está bien?
3. Epicuro. ¿El placer debe ser el fin último de nuestros actos?
4. Séneca. ¿Debemos tener miedo a la muerte?
5. Spinoza. ¿Cómo se puede conseguir la alegría?
6. Montaigne. ¿Es importante tener buenos amigos?
7. Rousseau. ¿Para qué sirve la educación?
8. Kant. ¿Qué debemos hacer?
9. Nietzsche. ¿Hay que ser creativo para vivir?
10. Wittgenstein. ¿Hay que opinar sobre todo?
11. Arendt. ¿Qué es la maldad?
12. Fromm. ¿Es más importante tener o ser?
Epílogo: Abecedario del silencio
Bibliografía
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